EXISTENCIA
DE DIOS
Siendo Dios la causa primera de todas las
cosas, el punto de partida de todo, el fundamento cardinal sobre el que
descansa el edificio de la Creación, es también el asunto que debemos estudiar
en primer lugar para entendernos.
Es un axioma elemental que se juzgue la
causa por sus efectos, aun cuando la causa no sea visible. La ciencia va más
allá todavía; calcula la potencia de la causa por la potencia del efecto y aún
puede determinar la naturaleza de ella. Así es como la Astronomía, por ejemplo,
en conocimiento de las leyes que rigen el Universo ha supuesto la existencia de
planetas en ciertas regiones del espacio: se han buscado, se han encontrado los
planetas indicados de ese modo, y se puede decir que se han descubierto en
realidad antes de haber sido vistos. En otro orden de hechos más vulgares;
quien se encuentra envuelto por una densa niebla, juzga que el Sol ha salido
por la claridad difusa que la penetra. Si un ave que se mece en los aires es
mortalmente herida, y por consecuencia cae como un cuerpo inerte, se supone que
un hábil tirador a quien no se ha visto ni se ve, le ha acertado con su arma
mortífera. No siempre es necesario haber visto una cosa para saber que existe,
y en todo, por la observación de los efectos se llega al conocimiento de las
causas.
Otro principio elemental como el anterior y
que pasa por axioma a fuerza de ser evidente, es que todo efecto ordenado debe
proceder de una causa inteligente.
Si se pregunta quien es el inventor de tal
ingenioso mecanismo, el arquitecto de tal monumento, el escultor de tal estatua
o el pintor de tal cuadro, ¿Qué se diría del que contestase que se había hecho
solo? Cuando se ve una obra maestra de arte o de industria, se dice que debe
ser producto de un hombre de genio, porque sólo una alta concepción puede haber
precedido a su confección, se supone sin embargo, que un hombre lo ha hecho,
porque se sabe que la cosa no es superior a la capacidad humana; pero a nadie
se le ocurrirá el pensamiento de que puede ser producto de la cabeza de un
idiota o de un ignorante, y aún menos, que sea el trabajo de un animal o el
producto de la casualidad.
En todas partes se reconoce la presencia del
hombre por sus obras. Si se llega a un país desconocido, aunque desierto, si se
descubre el menor vestigio de obras humanas, se deduce que está o ha estado
habitado por hombres. La existencia de los hombres antidiluvianos no se
probaría sólo por la presencia en los terrenos de aquella época de fósiles
humanos; sino también, y no, con menor certidumbre, por la de objetos
trabajados por los hombres. Un fragmento de vaso, una piedra tallada, un arma,
un ladrillo, bastarían para atestiguar su existencia. Por lo grosero o acabado
del trabajo, se reconocería el grado de inteligencia y adelantamiento de los
que lo habían hecho. Si, pues, se encontrase en un país, sólo habitado por
salvajes, una estatua digna del cincel de Phidias, no se vacilaría en decir
que, siendo incapaces los salvajes, en producir tal maravilla de arte, debía
ser obra de
una inteligencia superior a la de los
salvajes.
Pues bien; mirando cada cual en torno sobre
las obras de la naturaleza; al observar la previsión, la sabiduría, la armonía
que presiden a todas, se reconoce que no hay ninguna que no sea superior al más
alto alcance de la inteligencia humana, puesto que el mayor genio conocido en
la Tierra sería incapaz de producir una sola hoja de la hierba más humilde. Y
puesto que la inteligencia humana no puede producirlas, es forzoso que sea el
producto de una inteligencia superior a la del hombre. Esta armonía y esta
sabiduría que se
extiende desde el grano de arena hasta los
astros innumerables y de tamaño inconmensurable que circulan en el espacio, hay
que deducir que esta inteligencia abraza lo infinito, a menos de admitir que hay efectos
sin causa.
La existencia de Dios es por lo tanto un
hecho demostrable, no sólo por la revelación, sino también por la evidencia
material de los hechos. Los pueblos más salvajes no han tenido revelación, y
sin embargo creen instintivamente en la existencia de un poder sobrehumano,
porque los salvajes más rudos tienen los elementos del raciocinio que pueden
sustraerse a las consecuencias de la lógica; ven cosas superiores a la
capacidad de la inteligencia humana y deducen que proceden de un ser superior a
la humanidad.
De la Naturaleza Divina
No es dado al hombre sondear la naturaleza íntima de Dios. Temerario empeño sería el de quien pretendiera levantar el velo que le oculta a nuestra vista: nos falta aún el sentido necesario para ello, el cual no se adquiere sino con la completa purificación del Espíritu. Pero si no puede penetrar su conciencia, dada su existencia con premisas, se puede por el raciocinio, llegar al conocimiento de sus atributos necesarios, porque viendo lo que no puede ser sin dejar de ser Dios, se deduce lo que debe ser.
Sin conocer los atributos de Dios sería
imposible comprender la obra de la creación. Es el punto de partida de todas
las creencias religiosas; y por no haberse referido a ellas como el faro que
podía dirigirlas, es por lo que la mayor parte de las religiones han errado en
sus dogmas. Las que no han atribuido a Dios la omnipotencia, han imaginado
diferentes dioses; y las que no han atribuido la soberana bondad, han hecho de
Él un Dios celoso, colérico, parcial, y vengativo.
Dios es la suprema y la soberana
inteligencia. La inteligencia del hombre es limitada,
puesto que no puede hacer ni comprender todo lo que existe. La de Dios que
abraza el infinito, tiene que ser infinita. Si fuese limitada en un punto
cualquiera, se podría concebir un ser aún más inteligente, capaz de hacer y
comprender lo que el otro no hiciera, y así hasta lo infinito.
Dios es eterno;
es decir, que no ha tenido principio ni tendrá fin. Si hubiera tenido
principio, es que habría salido de la nada; pero esta nada, que es una pura
abstracción del entendimiento, nada puede producir; o bien habría sido creado
por otro ser anterior, y entonces este otro ser sería Dios. Si se le supusiera
un principio o fin, se podría concebir otro que hubiera existido antes que Él o
que pudiese existir después de Él, y así siguiendo hasta lo infinito.
Dios es inmutable. Si estuviese sujeto a mudanzas, las leyes que gobiernan el Universo
no tendrían estabilidad alguna.
Dios es inmaterial. Es decir, que su naturaleza es diferente de todo lo que nosotros
llamamos materia, de otro modo no sería inmutable, porque estaría sujeto a las
transformaciones o mudanzas de la materia. Dios no tiene forma apreciable por
nuestros sentidos, pues sin eso sería materia. Nosotros decimos: la mano de
Dios, el ojo de Dios, la boca de Dios, porque el hombre que no conoce cosa
superior a Él, se toma punto de comparación de todo lo que no comprende. Esas
imágenes en que se representa a Dios bajo la figura de un anciano de larga
barba y cubierto con un manto, son ridículas. Tiene el inconveniente de reducir
al Ser Supremo a las mezquinas proporciones de la humanidad: desde lo cual, a
prestarle las pasiones de la humanidad y hacer de Él un Dios colérico y
vengativo, no hay más que un paso.
Dios es omnipotente. Si así no fuera, podría concebirse un ser más poderoso, y así
siguiendo hasta que se encontrara al ser a quien no se pudiese exceder en
potencia, y ése sería el verdadero Dios. No habría hecho las cosas, y las que
Él no hubiera hecho serían producto de otro Dios.
Dios es soberanamente justo y bueno. La sabiduría de las leyes divinas se revela así en las cosas más
pequeñas como en las más grandes, y esta sabiduría no permite dudar de su
justicia ni de su bondad. Estas dos cualidades suponen todas las demás: si se
las supusiera limitadas, aunque no fuese sino en un punto, se podría concebir
un ser que las poseyera en alto grado, y que por tanto sería superior a Él.
Lo infinito de una cualidad excluye la
posibilidad de la existencia de una cualidad contraria que la aminoraría o la
anularía. Un ser infinitamente bueno, no puede tener la menor sombra de
malignidad, ni ser infinitamente malo, del mismo modo que un objeto no puede
ser de un negro absoluto con el viso de blanco, ni un blanco absoluto con el
menor viso negro.
Dios no podría ser al mismo tiempo bueno y
malo, porque no poseyendo una ni otra cualidad en grado absoluto, no sería
Dios; todo estaría sujeto al capricho y no habría estabilidad en nada. No
podría ser por tanto, sino infinitamente bueno o infinitamente malo: siendo
infinitamente malo, no podría hacer nada bueno, y como sus obras dan testimonio
de su sabiduría, de su bondad y de su próvido amor, hay que deducir que no
pudiendo ser a un mismo tiempo bueno y malo, sin dejar de ser Dios, debe ser
infinitamente bueno.
La soberana bondad supone la soberana
justicia; porque si se tratara injustamente o con parcialidad en una sola
circunstancia, o respecto a una sola de sus criaturas, no sería soberanamente
justo, y por consecuencia no sería soberanamente bueno.
Dios es infinitamente perfecto. Imposible es concebir a Dios sin lo infinito de las perfecciones; sin
esto no seria Dios, porque se podría concebir un ser que poseyera lo que a Él
le faltase; y así para que ninguno le supere, es preciso que sea infinito en
todo. Siendo los atributos de Dios infinitos, no son susceptibles ni de aumento
ni de disminución, pues sin eso serían finitos y Dios imperfecto. Suprímase por
el pensamiento una partícula de uno solo de sus atributos y ya no sería Dios,
puesto que podría concebirse un ser más perfecto.
Dios es único.
La unidad de Dios es la consecuencia de lo infinito de sus perfecciones. No
podría existir otro Dios sino a condición de ser igualmente infinito en todo;
pues de haber entre ellos la más pequeña diferencia, el uno sería inferior
estaría subordinado al superior, y éste solo sería Dios. Si hubiera entre ellos
igualdad absoluta, sería desde toda la eternidad un mismo pensamiento, una
misma voluntad, un mismo poder; y confundida así su identidad no sería en
realidad sino un solo Dios. Si cada cual tuviese atributos especiales, el uno
haría lo que el otro no hiciese; y no habría entre ellos igualdad perfecta
puesto que ni uno ni el otro tendrían el soberano poder.
La ignorancia del principio de lo infinito
de las perfecciones de Dios, es la que ha engendrado el politeísmo, culto de
todos los pueblos primitivos, que atribuían a la divinidad todo poder que les
parecía superior al de la humanidad. Más tarde, los progresos de la razón han
conducido a confundir todos estos poderes en uno solo; y luego, a medida que
los hombres han comprendido la esencia de los atributos divinos, han suprimido
de sus símbolos las creencias que envolvían su negación.
En resumen, Dios no puede ser Dios, sino a
condición de no ser aventajado en nada por ningún otro ser; porque el ser que
fuera superior a Dios en cualquier cosa que fuese, aunque no alcanzara el
grueso de un cabello, ése sería el verdadero Dios, por eso es preciso que sea
infinito en todo.
Así es como, comprobada la existencia de
Dios por sus obras, se llega por simple inducción lógica a determinar los
atributos que le caracterizan.
Dios es, pues la soberana y suprema
inteligencia: único, eterno, inmutable, inmaterial, omnipotente, soberanamente
justo y bueno, e infinito en todas sus perfecciones, y no puede ser otra cosa. Tal es el fundamento en
que descansa el edificio universal, es el faro cuyos rayos se extienden por el
Universo entero, y el único que puede guiar al hombre en la investigación de la
verdad. Siguiéndole nunca se extravía, y tantas veces que se ha extraviado, es
por no haber seguido el camino que le estaba indicado.
Este es también el criterio infalible de
todas las doctrinas filosóficas y religiosas. El hombre tiene que juzgarlas con
una medida rigurosamente exacta en los atributos de Dios; y puede decirse con
certidumbre que toda teoría, todo principio, todo dogma, toda creencia, toda
práctica que esté en contradicción con uno solo de estos atributos, que
tendiera no ya a anularlos, sino a disminuirlos, es un error, y está fuera de
la verdad.
En filosofía, en psicología, en moral,
en religión, sólo es verdad lo que no se aparta un ápice de las cualidades
esenciales de la divinidad. La religión perfecta
sería aquella cuyos artículos de fe estuvieran de todo punto en consonancia con
esas cualidades; cuyos dogmas pudieran sufrir sin menoscabo alguno las pruebas
de esa confrontación.
La escuela que reconoce a Dios como causa
primera, y admite el progreso indefinido del Espíritu, no pertenece a los
sistemas impíos, ni a las científicas aberraciones.
La ciencia está con todos los hombres de
buena voluntad. No es la iglesia católica la privilegiada, no; porque para Dios
no hay privilegiados. Todo hombre que le ame en Espíritu y en verdad, todo
aquel que cumpla fielmente con su santa ley, y busque en la caridad y en la
ciencia el progreso eterno de su alma, ése será siempre grato a los ojos de
Dios, sea cual sea la religión que profese.
¡La ciencia es la herencia de Dios, y todos
los hombres son sus herederos!
¡La ciencia no posee ni ésta ni aquélla
religión, porque llegará a ser un día el patrimonio de la humanidad; y en la
sublimidad de la ciencia, está la divinidad de la religión!
(ARTICULO DE AMALIA DOMINGO
SOLER. TOMADO DE EL GENESIS, LOS MILAGROS Y LA PREDICCIONES SEGÚN EL
ESPIRITISMO DE ALLAN KARDEC CAP 2 P. 1-19)
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